La Luna era la diosa de las sociedades matriarcales. Hija de Latona y hermana de Apolo. Se le atribuye la fertilidad. Fue Isis para los egipcios, representada como un hombre con la Luna nueva en la cabeza y la Luna vieja en los brazos.
El buey Apis egipcio está relacionado con el Sol y la Luna. Es el símbolo del Ojo de la Noche (la Luna) por sus cuernos formando creciente y también por su color (negro y blanco). Ese toro lleva sobre la lengua un escarabajo (consagrado al Sol), que simboliza la inteligencia Iniciática.
En la Tierra esta diosa recibe los nombres de Diana o Delia, en el cielo se le denomina la Luna o Febea y, el de Hécate o Proserpina en los infiernos. De ahí que Diana sea denominada diosa triple, triple Hécate, diosa de tres formas (triforme), etc.
Esto representa, por supuesto, tres niveles de calidad de la influencia planetaria: la inferior (los infiernos), la mediana (terrestre) y la superior (el cielo). Si no la interpretáramos así, no entenderíamos por qué Diana es la diosa de la caza.
Tenemos así, por un lado, el polo de la feminidad y, por otro, el de la agresividad femenina.
Entregada al ejercicio varonil de la caza, acabó la diosa por volverse insensible a las delicadas inclinaciones propias de su sexo. Ella no quería casarse y ninguno de los pretendientes que intentó conseguir su amor pudo lograrlo. Diana sólo deseaba correr por la selva y los prados, escalar los montes y cruzar las profundas riberas con un grupo de jóvenes cazadoras.
La naturaleza maléfica de esta mujer divina se demuestra en lo que sucedió con Acteón, un joven cazador que, hallándose en el bosque con sus compañeros, se separó del grupo para ir a beber a un arroyuelo del valle de Gargafia, consagrado a Diana.
Resultó que en ese mismo arroyo descansaban Diana y sus ninfas de la agotadora cacería. Las ninfas, al advertir el ruido de Acteón al acercarse, lanzaron un grito de espanto y Diana, indignada contra el cazador temerario, cogió agua de la corriente con sus manos y se la echó a la cara. Acteón quedó convertido en ciervo y sus propios perros, al verle, se lanzaron sobre él destrozándolo, pues de su boca no pudo salir la frase: “soy Acteón, vuestro amo”.
La naturaleza superior de la diosa de la Luna, romántica y sensible, se demuestra en la siguiente historia.
Diana gustaba de pasear de noche bajo los rayos de la Luna y fue en uno de esos paseos cuando se enamoró del pastor Endimión, mortal que había sido condenado por la severa Juno, la celosa esposa de Júpiter, a dormir treinta años seguidos.